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Las claves para entender la crisis de OpenAI, el fabricante de ChatGPT

El pasado fin de semana se desató en la empresa tecnológica más importante del momento una trepidante historia de intrigas y luchas ideológicas, que marcará el rumbo de la Inteligencia Artificial.

Por Alvaro Montes
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A escasas dos semanas del primer aniversario de ChatGPT, el prodigioso avance tecnológico de nuestros días, la empresa madre enfrenta una inesperada tormenta interna. En la noche del viernes 17 de noviembre se conoció la noticia del despido de Sam Altman (en la foto que encabeza este artículo), fundador de OpenAI y una figura que, desde la aparición de ChatGPT, ostentaba el título del ejecutivo tecnológico más influyente de la era digital. El anuncio fue un shock para el mundo de la tecnología ya que Altman era considerado uno de los líderes más influyentes en el desarrollo de la inteligencia artificial.

La razón oficial del despido fue la falta de transparencia de Altman en sus comunicaciones con la junta directiva. Sin embargo, la situación subyacente era más compleja. Desde su fundación, OpenAI se había enfrentado a una tensión interna entre sus ideales de responsabilidad ética y su necesidad de financiación comercial.

Desde acá no es fácil, y ni siquiera los medios de comunicación norteamericanos, que están muy cerca de las fuentes directas, tienen claros a esta hora todos los detalles. Pero se entienden las claves principales. Una lucha ideológica entre lo que queda del espíritu idealista de emprendedores en Silicon Valley y la realidad del mercado y los negocios.

Altman lideraba un sector de los fundadores que presionaba por el lanzamiento de productos de IA de alto impacto, incluso si eso significaba correr riesgos. El otro sector, liderado por el jefe científico de OpenAI, Ilya Sutskever, era más cauteloso y enfatizaba la importancia de la seguridad y la responsabilidad ética. Esta tensión se intensificó en los últimos meses, y la gota que colmó el vaso fue el anuncio de Altman de que OpenAI lanzaría versiones personalizadas de ChatGPT, un modelo de lenguaje generativo que rápidamente se convirtió en uno de los productos tecnológicos más populares del mundo.

Hace un año, el lanzamiento de ChatGPT generó preocupaciones sobre sus posibles riesgos, como su potencial para ser utilizado para la difusión de desinformación o erosionar el empleo. Los miembros del «bando ético» de OpenAI creían que el anuncio de Altman era una señal de que la empresa estaba poniendo sus intereses comerciales por delante de sus principios. Recordemos que OpenAI fue creada en 2015 como una organización sin fines de lucro, cuyo compromiso estaba centrado en desarrollar innovaciones en inteligencia artificial que traigan beneficios para la humanidad, por encima de intereses comerciales. Pero el trabajo de innovación que OpenAi realiza es sumamente costoso y requiere la participación de empresas y fondos de inversión, que exigen resultados financieros.

La junta directiva de OpenAI estuvo dividida en cuanto a la decisión de despedir a Altman. El presidente, Greg Brockman, renunció en solidaridad con Altman. Finalmente, los miembros de la junta votaron a favor del despido, creyendo que era necesario para proteger los principios fundacionales de la empresa.

Los inversionistas protestaron por la decisión de la junta. De hecho, Microsoft y demás socios presionaron el reintegro de Altman, que incluso se negoció el sábado sin éxito. Así que Microsoft decidió contratar al despedido Sam Altamn y nombrarlo responsable de una nueva división de inteligencia artificial en la empresa creadora de Windows, Office y Pilot.

El despido de Altman fue un golpe para OpenAI, pero también podría ser una oportunidad para que la empresa reevalúe su dirección. La junta directiva ha nombrado a Emmett Shear, un ejecutivo con experiencia en Silicon Valley, como nuevo director ejecutivo. Shear ha declarado que OpenAI seguirá comprometida con sus principios de responsabilidad ética, y se centrará en garantizar la seguridad y la sostenibilidad de sus productos.

El despido de Altman no tuvo nada que ver con asuntos de corrupción o manejos indebidos de fondos; eso quedó claro, sino con la orientación estratégica de la organización. «El comportamiento de Sam y la falta de transparencia en sus interacciones con la junta directiva socavaron la capacidad de la junta para supervisar eficazmente la empresa en la forma en que se le ordenó hacerlo». Parece que algo tuvo que ver el hecho de que Altman estaba en conversaciones con fondos de inversión para crear también una fábrica de chips que compitiera con NVidia e hiciera más eficiente la cadena de desarrollo de OpenAI, que es actualmente muy costosa y dependiente de NVidia.

En resumen, este fin de semana tumultuoso arroja luz sobre las tensiones intrínsecas entre el idealismo y la realidad comercial en el desarrollo de la inteligencia artificial. El despido de Altman es un momento de inflexión para OpenAI. La empresa debe decidir si se centrará en sus ideales de responsabilidad ética o en sus necesidades de financiación comercial.

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